martes, 24 de febrero de 2015

VARGAS VILA: EL PENSADOR. POR POMPEYO GENER



VARGAS VILA: EL PENSADOR
Por: Pompeyo Gener.

    ¡Vargas Vila! He aquí un pensador hispanoamericano, una “rara avis”, tratándose de una raza que no ha brillado aún por sus filósofos. La raza a que los españoles dimos lugar en el Nuevo Continente, pura o cruzada con otras razas, europeas o indígenas, ha dado guerreros heroicos, ha producido hombres de estado notabilísimos, grandes poetas, escritores eximios, oradores elocuentes, pero no filósofos. Pero diríase que el español, en la conquista de América, reconcentró toda su fuerza en el heroísmo militar y en el espíritu colonizador, y se quedó exhausto de la energía necesaria para la investigación, la observación adecuada y el pensamiento profundo. Así como decimos, hasta sólo han florecido estadistas, oradores, escritores, poetas. Pero hoy la cosa ha cambiado. Ya en revistas y en libros encontramos estudios de jóvenes autores, en los que se muestra el talento observador e inductivo: mas el autor que nos ocupa es un verdadero caso aislado. Vargas Vila es un pensador justo, y de una fuerza como pocos hayamos encontrado. Y es que cuando se manifiesta una aptitud en medio de un pueblo, que por lo general carece de ella, ésta ha de tener una gran energía para surgir, a pesar de tal medio ambiente contrario. Los grandes idealistas han salido del seno de sociedades materializadas. De la escuela industrial y mercantil  salió Carlyle, de Norte América práctico surgió Emerson, de la brutalidad islamita salió Ferdousí.

***

    Diré cómo conocí personalmente a Vargas Vila, lo cual resulta tan original como él mismo. Conocía a este escritor sólo de nombre; había leído algunas de sus novelas, gracias a una artista de mucho talento (de padre español y de madre americana), que me las recomendó en gran manera como originalísimas, sin lo cual no acostumbro yo a leer novelas. Pero por más que yo había estado en París, en Madrid o en Italia, en épocas en que Vargas Vila estaba también, nunca se me había presentado la ocasión de encontrarme con él. Ni de vista le conocía. Mas la casualidad quiso que nos conociéramos, de la manera más inesperada, el verano pasado en Barcelona. Yo estaba en la plaza de Cataluña, a la puerta del gran Bar “La Luna”, donde nos reuníamos los pocos escritores y artistas que aún no nos habíamos marchado de viaje. Tendidos, más que sentados, en muchas sillas de mimbre, vestidos de dril, sin chaleco, y el clásico Panamá que dejábamos sobre las sillas vacías, estábamos conversando de arte, entre bock y granizado, cuando vi que avanzaba lentamente por la plaza, en dirección a mí, un señor poco más o menos de mi edad, de mediana estatura, todo afeitado, correctamente vestido, que por su aspecto me pareció de Centro América, y que nada tenía de común con los demás transeúntes. Al llegar cerca de mí se quitó el jipi y me saludó atentamente, preguntando:
    -¿Pompeyo Gener?
    -El mismo, caballero -le respondí, levantándome y saludándole de igual manera.
    -Yo soy un gran admirador de usted –añadió-, soy Vargas Vila.
    -Vargas Vila –exclamé sorprendido-. Celebro mucho que haya usted tenido la amabilidad de presentárseme, pues deseaba de todas veras conocerle.
    Y separándome del grupo de mis amigos, hablamos unos segundos, nos despedimos y quedamos en vernos al día siguiente en la última de las mesas del Continental, a las once de la noche. Él continuó lentamente su camino hacia la calle de Bailén, donde vivía, y yo volví al lado de mis amigos.
    Apenas me había sentado de nuevo, se levantó para acercárseme la Amelia M., la actriz que hacía tiempo me hablara de él, y me preguntó con interés:
    -Ese señor es Vargas Vila, si no he oído mal, ¿verdad?
    -Sí –le respondí yo.
    -Preséntemelo usted. Tendría mucho gusto en conocerle personalmente. ¡Me han llamado tanto la atención sus novelas!
    -Pues mañana le pediré permiso a él, ya que he de verle.
    Efectivamente. La noche del día siguiente encontré a Vargas Vila a la puesta del Café Continental, con el cónsul de Méjico en Italia y el cónsul general de Panamá, y de la conversación que tuvimos, comprendí mejor la importancia de sus escritos, que leyendo lo poco que de él había visto.
    Pedile permiso para presentarle una señora de gran talento, admiradora suya, y me respondió:
    -¡No!, la mujer no vale la pena, por inteligente que sea.
    Y me contó un sinfín de anécdotas desfavorables sobre las mujeres intelectuales. Yo no insistí.
    Casi todos los días nos veíamos, tomábamos algo, juntos en la mesa del Continental, hasta que al cabo de pocos días tuve que salir para el extranjero. Entonces él me dijo:
    -¿Va usted a Paris?
    -Ahora no –le respondí-, voy al norte de Europa, para hallar una temperatura que no me ahogue, y me permita acabar un libro. Creo que iré a las playas de Bélgica u Holanda, pero a mediados de septiembre estaré en París.
    -Pues bien, aquí tiene usted esta carta –y me dio una- para el director de la casa Bouret, el cual le entregara a usted de parte mía El ritmo de la vida, la nueva obra que acaba de editar. Es un libro mío de pensamientos. Ese libro, que me fue entregado en París junto con otro que él mismo me acaba de entregar hace dos días: El huerto agnóstico, son un trozo del alma de Vargas Vila. Ellos me lo han revelado como pensador, como un gran pensador del cual bien vale la pena que ocupe en este trabajo detenidamente.

***

    Vargas Vila no es lo que clásicamente se llama un filósofo. Él es más, es un pensador, franco, leal y sincero, que dice sin ambages lo que él cree ser la verdad, y nos da, sin imposición dogmática alguna, el aspecto bajo el cual se le presenta la visión del mundo, de la sociedad y del hombre.
    Un filósofo, es, como decía un amigo mío parisiense de mucha chispa, un sistema animal. Efectivamente, en Alemania, que es modernamente el país de los filósofos profesionales, no se comprende un filósofo sin un sistema, lo cual a nosotros nos hace el efecto de querer meter el Universo en un armario dividido en cajones. Los filósofos franceses e ingleses, que sólo se sirven de un método para pensar, no les parecen filósofos en el verdadero sentido de la palabra.
    Pues bien, Vargas Vila, ni tiene método ni tiene sistema. No comete la barbaridad de querer construir un artefacto que encierre la inmensidad de lo infinito en sus comportamientos. Y en cuanto a método, hace como aquel personaje de Moliere, que toda la vida habló en prosa sin saberlo. Vargas Vila es un inductivo, pero que no presume de tal. Y esto es lo más hermoso de sus pensamientos. Nos da el resultado de su observación, de su experiencia social, sin mentarnos para nada el medio de que se ha valido para obtener los resultados que, con tanta justicia, nos presenta. Esto es lo que hace de él un pensador y un artista. Nada del estilo indigesto de ciertos pretendidos pensadores serios y profundos, que nadie entiende ni se entienden ellos mismos. Vauvenargues ha dicho, y con razón, que la claridad es la buena fe del filósofo. Schopenhauer ha añadido, que la obscuridad de los enunciados proviene siempre de la vaguedad en la comprensión y en la meditación de lo que filosofamos. La claridad perfecta es en filosofía, lo que la FRASE PURA es en la música. Por esto precisamente es por lo que nos gusta Vargas Vila, y en esto estriba su gran mérito: su visión clara, su comprensión justa, su expresión adecuada y neta. Así Vargas Vila, que es un solitario o un misántropo al escribir, resulta un pesimista que da fórmula a sí mismo.
    Nacido en una ciudad de la América Meridional, salió de su país a los 20 años, y desde entonces anda recorriendo la América del Norte y la Europa, siempre solo, estudiando y meditando. No hay más que observar su figura, con su perfil de ángulo facial abierto y sus pequeños ojos penetrantes, para ver que es un gran comprensivo.
    El horror a inspirar el amor, que tal vez por no haberlo sentido, o por querer olvidar que lo sentí, ha sido la obsesión torturante de mi vida –exclama. Y añade: que espera que el imperio silencioso que ha de extenderse sobre su tumba, no será turbado por las rosas del amor que crezcan sobre ella, ni que un leve rubor de afecto viole la soledad que ha de envolver sus huesos en el sepulcro.”
    Tal es el leitmotiv de sus filosofías. Todo en él es serio e impasible. No se afecta ante las catástrofes. No siente lo cómico, no ríe, lleva la muerte en el alma, que él cree el elemento positivo del Universo. Fui un solitario en vida, dice, quiero ser un solitario en muerte. Luego añade en El ritmo de la vida: en este libro está mi alma desnuda como en un sudario.
    Leyendo los libros de Vargas Vila, nos hemos encontrado que pensaba lo mismo que nosotros pero al revés. Él toma de izquierda a derecha lo que nosotros de derecha a izquierda; él partía de la muerte como término positivo del EN sí de las cosas, y nosotros de la vida; el veía como supremo bien el no ser, y nosotros el vivir, el ser, el luchar. El dolor para nosotros no existe, sino como protesta de la sensibilidad irritada contra la disminución de la existencia, aviso de contrariedad que hay que hacer desaparecer o atenuar. Él lo ve como resultado lógico de la vida y afirma que hay que tender a la NADA para librarnos de él; si vivimos es por cobardía.
    Somos el anverso y el reverso de una misma medalla. Por lo demás, las relaciones fenomenales que establecemos son iguales; sólo que las suyas van de mayor a menor, de negativo a positivo. Él no admite dogmas ni trabas, ni imitaciones en su especulación; sus reflexiones son hijas de la observación de la realidad; es un verdadero positivista en esto. Sólo que a nosotros la realidad se nos ha presentado en la vida de otra manera graciosa, más que a los incidentes fenomenales de nuestra existencia, a nuestra organización fisiológica, a nuestro temperamento. Una contrariedad se nos ha figurado, que era algo que había que vencer, una valla que había que salvar, un límite que se tenía que dejar atrás, siempre un más allá y un mejor. Se vive de la muerte, o mejor, de otras vidas orgánicas inferiores; pero se vive. Vargas Vila es un contemplativo amargado. Tiene horror a la vida que es lucha, y amor a la muerte, que es para él reposo eterno. Y esto se lo dicta su temperamento. Si nos confesáramos ambos, tal vez resultaría que nosotros llevaríamos la mayor parte de los accidentes contrarios de nuestra existencia, en las desgracias, pues la desgracia nos ha atacado siempre al imprevisto. Una vez, cuando a fuerza de trabajo íbamos a recoger una fortuna, tembló la tierra, se hundieron montañas, saltaron caseríos al mar, un temblor de tierra arrojó pueblos a la llanura, y nos quedamos contrariados, sí, pero no abatidos. Y hemos continuado luchando para vencer la adversidad, bajo cualquier forma que se nos haya presentado. ¡Y siempre a delante! Este ha sido nuestro mayor placer.
Vargas Vila tiene otro temperamento y otra organización. Ama la soledad en sí; nosotros la amamos pero como reparadora de fuerzas y fuente de libertad y energía para el trabajo, y una vez rehechos nos lanzamos al mundo que necesitamos frecuentar, y combatir sus defectos, sus ridiculeces, sus nulidades y sus infamias. Y esto nos templa, nos alegra, nos rejuvenece. Vargas Vila nos hace el efecto de un genial filósofo gimnosofista, de un antiguo Jaima del Indostán, de un sabio budista con vistas a un Shivaísmo inactivo. Y en esto está su honradez perfecta. Ve el mal y la muerte, por doquiera, mas no invita a la anulación ni al daño ajeno. Ni siquiera la recompensa del agradecimiento quiere. Medita y escribe para evitar que el amor le sobreviva, ya que no podrá obtener el olvido de su alma. Si sugestiona estados de ánimo tristes, es a los que no son bastante fuertes para leerle y comprenderle.
    En su primera juventud luchó por la libertad de su país, al combatir la tiranía en Suramérica. A los 17 años ya tomó parte en una batalla, pero luego envainó la espada, tomó la pluma y fue sólo un contemplativo, sin atender a que la vida es lucha, y envainar la espada es firmar su esclavitud, sellar su tumba. Por esto él, para no ser esclavo, al cesar el combate, se refugió en la soledad; y siendo un gran compresivo, su espíritu tendió a la tumba. No sabemos qué acontecimiento determinó en el joven Vargas Vila este cambio de frente. Descendiente de los Vargas Machuca, uno de los cuales se quedó allí ignorado en los Andes, a donde fuera como conquistador, quién sabe si el eco lejano de este antepasado, por extraño atavismo, produjo en su descendiente el arrepentimiento de la vida intensiva y activa que le había movido a cometer tal vez actos atroces en la raza autóctona. De procedencia catalana, por el linaje de su madre, podría ser que la raza de los Vila, lemosina, como indica el nombre, con la de los Vargas, ambas presentes en su bisnieto, determinaron los dos aspectos de su vida: el activo y el contemplativo artístico. Algo trascendental de su antiguo abolengo, aún velado por su pesimismo, hay en la nobleza de su concepción, en la firmeza de sus enunciados y en el alto sentimiento estético de su pensamiento. En el Arte, que él no advierte que es el paroxismo de la vida, reaparece el lemosín. Así exclama: el ritmo es más que la música de la poesía, es su esencia. Donde quiera que haya ritmo hay poesía, aunque no haya verso. Y cita a Chateaubriand, que no escribió en verso, y lo iguala con Lamartine y Víctor Hugo. Y cual un grecolatino, con un superior sentido de ponderación, afirma que: donde hay esfuerzo de estilo, hay retórica, y donde hay retórica, no hay poesía. Para él (y está en lo cierto) todo poeta obedece a un ritmo personal, que es como la música individual en sus emociones, y añade: la ley del verso debe ser la libertad, porque todo ritmo es bello y todo lo bello es libre.
    Hasta en sus máximas de filosofía de la historia, reaparece el mediterráneo, cuando afirma que: los barbaros se civilizan, pero a condición de barbarizar la civilización.
    Mas, pronto el latino se opone al pesimista, el que ha renunciado: entre el héroe y el asceta, el tumulto y la soledad, la gloria puede estar con el héroe, pero la sabiduría está con el asceta.
    Un eco lejano de su antiguo carácter liberal y luchador, en su soledad, le vuelve insurrecto cuando exclama: el deber, según Kant, es una acción, que necesariamente debe ejecutarse por sumisión a una ley. Luego: el deber es una esclavitud. Mas ¿dónde encontrar la libertad? Fuera del deber, es decir, fuera de la ley. ¿Pero se puede vivir fuera de la ley? ¡Sí! Dentro de sí mismo. He aquí que, cual Max Stirner con el hommo sibi deus, el anarquista mental aparece. Y se declara hombre libre en una sociedad de esclavos, refugiándose en sí mismo. Mas el eco lejano del castellano activo y del lemosín vital asoma otra vez, a pesar suyo, y le fuerza a reconocer que: el deseo es una intensidad y que, quien tiene más deseos vive más; desear es vivir y añade: la fuerza del deseo centuplica la fuerza de la vida, y sólo el deseo de lo imposible hace posible vivir. ¿No veis pues aparecer el héroe y desvanecerse el asceta? Oídle en pleno mediterráneo cómo se lamenta: las palabras eran ya ídolos entre los sofistas, y hoy morimos de la idolatría de las palabras, porque vivimos de la fascinación de los sofistas. Y como a latino que es, tiene el concepto verdadero del genio. El genio que no ha logrado hacerse de su hombre un símbolo, nada ha hecho de su genio. Podríamos muy bien decir que en este plano, y en este terreno admirable, es cuando nos encontramos en la montaña del conocimiento, al bajar él y al subir yo. ¿Qué importa que los caminos sean diferentes, si al encontrarnos nos comprendemos, nos hablamos, nos saludamos de igual a igual, de más cerca o de más lejos?
    ¿Cómo no había de ser así, si Vargas Vila ha viajado, ha vivido en varias ciudades, posee varias lenguas, ha estudiado letras, filosofía, sociología, arte, con mente clara y espíritu sereno, y ha juzgado del pasado y del presente igual que nosotros, leyendo a más de los libros, los hombres y las cosas, aunque fuera con distinto fin?
    En una cosa nuestra comprensión y en varias nuestros sentimientos han sido idénticos. En entusiasmarnos ante la antigua Grecia. Parece que haya leído una obra inédita nuestra: el intelecto de la Grecia antigua. Para él como para nosotros, Esquilo fue superior a Aristófanes. En este se mostró ya un principio de decadencia. Sócrates fue fatal a la cultura helénica y por consiguiente al mundo. ¡Mató la belleza en nombre de la lógica!
    Por fin cerramos este estudio, que, a querer ser completo, sería interminable, citando de Vargas Vila esta sentencia, que muestra en él una nobleza, que ni fuera de la lucha le ha abandonado:
    La multitud me espanta y me encoleriza. Frente a ella siento el deseo loco de huirla o de domarla; pero nunca de mezclarme con ella y el de darle mi corazón. ¡Y, sin embargo, se lo he dado y vivo por ella! ¡Y moriré por ella! Pero a distancia.

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