JOSE MARIA VARGAS VILA
23 de junio de 1860 – 23 de mayo de 1933
Tal vez quien mejor comprendió al
panfletario de América, fue el mismo que se convirtió en uno de sus mejores
amigos; hablo de Rubén Darío, figura cumbre del modernismo hispanoamericano. Y
es evocando la figura del bardo nicaragüense, que descubro lo que en esencia
fue Vargas Vila como escritor. El
novelista colombiano es, ante todo, un poeta, dijo Darío. Y en eso sí que tuvo
razón. El grito de alarma contra los hombres del norte, se dio líricamente lo
mismo en José Martí que en Vargas Vila; grito que, no por salir de la pluma del
panfletario, deja de ser tan heroico como las mismas trompetas que anuncian el
apocalipsis.
Como lo demuestra el siguiente fragmento,
gran parte de su obra, ya sea ensayo o novela, está concebida tras un gran
momento de inspiración; inspiración que es avalada por su erudición dando
cuenta de sus innegables dotes de narrador. Y de esa inspiración, de ese
quehacer reflexivo y poético que son sus horas de meditación, brotó este
rosario de ideas cual cultivo de magnolias en germinación.
El
silencio no es la vida;
el silencio es el sello
de la muerte;
la muerte no combate;
solo la palabra siembra
la vida; ella crea, ella vivifica, y ella salva.
El verbo es vida;
he aquí porque callar
es un oprobio;
las esterilidades del
silencio asfixian a aquel que vive en ellas.
El silencio, no reina
sino sobre la muerte y la desolación; es el sol de Pompeya y de Herculano; la
brisa que agita las olas bituminosas del mar muerto.
Es a causa del silencio
que muere nuestro corazón y que los pueblos mueren;
es a la sombra del
silencio que prospera el mal.
El verbo, es germen, y
el alma humana es surco abierto ante nosotros;
sembremos en él, el
germen de la verdad y de la vida.
El sembrador tiene el
deber de la simiente.
Sembrador que devora el
grano y no lo siembra, mutila la humanidad y defrauda la herencia de los
hombres.
La maravilla de la
palabra es hecha como las auroras de los cielos, para esplender sobre la vida.
La tiranía se llama
silencio;
la libertad se llama
verbo;
el verbo es el rayo de
la divinidad que brota de los labios del hombre para herir la iniquidad.
El verbo, es el águila
triunfal, que lleva la tempestad bajo las alas, y rompe con su vuelo todas las
soledades del silencio.
¡Dejémosla volar!
Las cimas y los valles
expectantes, escuchan absortos la música lejana de ese vuelo.
¡Paso a las águilas del verbo!
En: ante los bárbaros, 1923
Ante los bárbaros,
es uno de sus tantos gritos de batalla. Es típico de Vargas Vila exponer en
pocas palabras lo sustancial de sus ideas; de ahí su aversión a escribir
tratados como aquellos teóricos del
pensamiento que precisan de varias páginas para decir lo que con tanta
diplomacia desean imponer. De esto se deduce que su doctrina, mal llamada
egotismo, es la doctrina de un individualista que se salva de la barbarie
impuesta por los soberanos y vilmente aceptada por las indefensas muchedumbres.
Mis preceptos, nos
dirá en uno de sus prólogos, no son más
que la tiranía a la que someto mi individualidad.
Y no bien hemos asimilado una de sus
ideas, cuando ya está avasallándonos con un nuevo concepto. Aquí la lógica
silogística parece ocupar un lugar preponderante. Una premisa es seguida de un
postulado cuyo fin es sustentar, o más bien, complementar la premisa anterior. Así:
El silencio no es la vida; el verbo es
vida; la tiranía se llama silencio; la libertad se llama verbo…, son
proposiciones de una misma premisa lógica, de un discurso cuyo método, es parte
de un mismo razonamiento.
No busca, a diferencia de Descartes, de
comprobar nada; ni siquiera demostrar su método; solo expone, de manera
potencial, el resultado de un juicio razonablemente concebido y a la luz de su
lógica positiva.
Hoy se ignora menos el futuro y se sabe
más del pasado; y es a ese hombre, real y concreto, el del presente, al que le
dirige las siguientes palabras nuestro pensador.
Y así teorizó el panfletario sobre el
amor, cuando al poeta le daba por escribir novelas y filosofar sobre las
pasiones de la carne:
De todos los
sentimientos, no hay a mis ojos lógico, imperecedero y verdadero sino el amor.
Pero el amor tal como
yo lo concibo y lo siento; el amor de los sentidos, es decir: la sexualidad.
El amor cerebral, no es
sino la sexualidad consciente, refinada y reflexiva.
El amor sentimental es
una aberración cuando no una monstruosidad.
La ley suprema del amor
es, el instinto.
El sexo es todo el
amor; fuera de él no hay sino la extravagancia, la perversión y lo monstruoso.
El deseo es el alma del
amor.
De: El alma de los lirios; 1904
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