miércoles, 27 de abril de 2016

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ Y VARGAS VILA




¿Sabe usted quién fue el escritor más leído en lengua española
antes de García Márquez?


    Gabriel García Márquez no fue más que un eclipse en la vida de ese sol que se llama José María Vargas Vila. Y una vez muerto el eclipse…  No hay derecho a creer en la eternidad de los eclipses, sentenciaba Vargas Vila el mismo año en que nacía en un pueblo de la costa norte colombiana el más universal y querido de nuestros escritores. Pero sólo uno, al que la circunspección hace que llamemos nuestro genio, seguirá alumbrando el firmamento de las ideas con su prodigioso pensamiento libertario. Es un excelente momento para resucitar a Vargas Vila, me ha dicho un arruinado editor. Y yo le digo a este: No sea malo con el costeño; él sólo era un mamagallista. Y el antiguo librero me responde: y todavía hay quien cree que no era más que un alucinado poeta, como pensaba Darío; pero Darío se equivocó; el maestro era: el Panfletario; una especie de meteorito que un día fue a estrellarse contra las llanuras de la gramática y el dogma; ¡y no es mamadera de gallo!
    Así como los pontífices de las academias se atreven a decir que un novelista no puede ser ni inmoralista ni irreverente, también deberían excomulgar aquellos que como García Márquez han hecho del mamagallismo un hábito literario. Pero como ese es un tema para cronistas de revista, lo dejamos ahí.
    Pensando en esa manera de hacer literatura, o genios, se da uno cuenta por qué este país nunca ha producido un filósofo serio. Vargas Vila no pasa de ser un indignado al que asocian con la solemnidad y el conservadurismo de nuestros eruditos. Un hombre que sólo sabe odiar no puede ser un filósofo, me dirán algunos. Uno que odia no, seguramente, pero sí uno que sabe decir la verdad.
    Ya lo he dicho en varias oportunidades; El otoño del patriarca no es un prodigio de novela, es un experimento, un gran experimento de novela. Eso es lo que en lenguaje garciamarquiano se llama: mamar gallo. Como entretención de críticos y versados antologistas de obras maestras, García Márquez es todo lo épico (maravilloso) que se le quiera. Pero yo, al igual que Vargas Vila, soy un pensador, y como tal, escudriño, no allí donde la imaginación concibe un hecho literario, sino, donde la idea se revela como un arma de combate.