martes, 9 de agosto de 2016

SAN PABLO Y SAN AGUSTÍN: RAYOS DE ELOCUENCIA





     San Pablo ha dicho: La vida sin pasión, es nada.
    Y, ¿quién decirlo podría mejor, que aquel violento apóstata, que fue la pasión misma, desencadenada sobre la tierra?
    Fue a la aparición de esta pasión hecha hombre, que los cielos cándidos del evangelio, se hicieron rojos como un cielo del desierto.
    San Pablo, fue el lobo de Jesús. Él, devoró el rebaño que el otro apacentaba; los apriscos de oriente no le bastaron, y se volvió hacia occidente. Harto de la devastación, cayó sobre Roma.
    San Pablo y no san Pedro, debió ser el fundador del catolicismo. Hay en él toda la osatura de un verdugo. Era un bárbaro enfurecido, en el cual rugía el furor de todos los vencidos.
    Tenía la violencia trágica de todos los apóstoles, y era devastador como una cólera del cielo. Pero, ¿quién negaría la elocuencia a este incendiario feroz, que es en la historia el único émulo en barbarie de aquel terrible Umar, porque él también, prendió fuego a ese granero del pensamiento humano que es una biblioteca?
    Ese mismo gesto de salvaje, es elocuente. El gesto de un tigre, queriendo con su garra apagar el sol.
    Sin este hombre, el triunfo del cristianismo no habría sido posible. Fue su elocuencia de rayo, la que lo fundó sobre la tierra.
    La huella que la espada de un contrario deja en el rostro de otros hombres, la dejó impresa el rayo de Damasco, en el rostro de Pablo. Fue, el balafré del cielo.
    San Pablo, pertenece por todos lados a la Elocuencia definitiva; aquella que demuele y que construye, que funda y que destruye.
    El rayo que lo deslumbró en Damasco, él lo aprisionó en sus labios, y lo soltó después sobre el mundo antiguo, para pulverizarlo.

***

    Agustín, el hijo de Mónica, fue también una elocuencia. ¿Por qué? Porque fue también una pasión; o mejor dicho: la pasión vencida.
    Este maniqueo libidinoso, fue el Rousseau de la antigüedad, pero un Rousseau más viril, menos enfermo, encauzando su dialéctica violenta por bien distintos y aun opuestos cauces de la del filósofo de Ginebra.
    La elocuencia de Agustín, tiene su cuadro natural en África, porque es roja como el sol del desierto, y sensual como una noche ninivita.
    Quitad a ese gran vencido la pasión religiosa y la pasión sexual, y su elocuencia caerá por tierra, como una cúpula a la cual arrebatasen sus pilares.
    Los labios de aquel filósofo, guardan siempre el calor del beso, y esa miel inolvidable, que no se agota jamás en los labios donde hizo su panal, la abeja inmortal de la lujuria.
    La elocuencia de este santo, es la elocuencia del vicio, transfigurada en cólera.

***

    Pablo, es el vencido altanero, que quiere con su elocuencia, atronarse a sí mismo y a los otros, y olvidar y hacer olvidar el rumor de otras creencias.
    Agustín, es el vencido inseguro, que quiere con su elocuencia, atronarse a sí mismo, y olvidar aquello que no puede olvidarse.
    La conversión, en Pablo, fue completa; por eso consagró su vida, a convertir a los otros.
    La conversión, en Agustín, fue incompleta, y por eso, consumió su vida en convertirse a sí mismo, sin lograrlo por completo.
    En Pablo, murió el hombre, para dar vida al apóstol; el sexo y el corazón, fueron siempre mudos en el hombre de Tarso.
    Y el sexo y el corazón, fueron toda la elocuencia del hombre de Hipona. Por eso Agustín es más elocuente que Pablo. La elocuencia de Pablo, es toda del cerebro. La de Agustín, es toda del corazón. Pablo, es el dogma que grita; Agustín, es el humano corazón que habla. Pablo, no llora nunca; en Agustín, la fuente de las lágrimas, no se estanca jamás.

    La espiral de la elocuencia, envuelve por igual, aquella cólera y este dolor, y coloca estas dos almas, heridas por el mismo rayo, en esa región de ceguedad, y de aquellos que han entrado en las tinieblas por haber visto demasiada luz.

    ¿Habéis visto elocuencia superior, a la de aquellos dos pindáridas de la pasión, que saltaron por sobre el pavés de la vieja Roma, para salvar la libertad, y no alcanzaron sino a morir por ella?


***

    Lo cierto es que estos dos admirables ejemplos de elocuencia mística no estarían completos sin una muestra del éxtasis verbal de estos dos santos.

    Leamos un fragmento de la segunda epístola de Pablo a los corintios:

Porque aunque andamos en la carne, no guerreamos según lo que somos en la carne. Porque las armas de nuestro guerrear no son carnales, sino poderosas por Dios para derrumbar cosas fuertemente atrincheradas. Porque estamos derrumbando razonamientos y toda cosa encumbrada que se levanta contra el conocimiento de Dios; y ponemos bajo cautiverio todo pensamiento para hacerlo obediente al Cristo; y nos mantenemos listos para infligir castigo por toda desobediencia, tan pronto como la propia obediencia de ustedes haya sido plenamente llevada a cabo.
CORINTIOS: 10; 3–6

    Ahora un fragmento de las afamadas Confesiones del santo de Hipona.

«Entro en el gozo de ti Señor». Mas ¿cuándo será esto? ¿Acaso cuando todos resucitemos, bien que no todos seamos transformados?

Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: «Decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de él.» Y exclamaron todas con grande voz: «Él nos ha hecho.» Mi pregunta era mi mirada, y su respuesta, su apariencia.

Entonces me dirigí a mí mismo y me dije: «¿Tú quién eres?», y respondí: «Un hombre.» He aquí, pues, que tengo en mí prestos un cuerpo y un alma; la una, interior; el otro, exterior. ¿Por cuál de éstos es por donde debí yo buscar a mi Dios, a quien ya había buscado por los cuerpos desde la tierra al cielo, hasta donde pude enviar los mensajeros rayos de mis ojos?