jueves, 22 de junio de 2017

JOSÉ MARÍA VARGAS VILA: EL PANFLETARIO

JOSE MARIA VARGAS VILA
23 de junio de 1860 – 23 de mayo de 1933



     Tal vez quien mejor comprendió al panfletario de América, fue el mismo que se convirtió en uno de sus mejores amigos; hablo de Rubén Darío, figura cumbre del modernismo hispanoamericano. Y es evocando la figura del bardo nicaragüense, que descubro lo que en esencia fue Vargas Vila como escritor. El novelista colombiano es, ante todo, un poeta, dijo Darío. Y en eso sí que tuvo razón. El grito de alarma contra los hombres del norte, se dio líricamente lo mismo en José Martí que en Vargas Vila; grito que, no por salir de la pluma del panfletario, deja de ser tan heroico como las mismas trompetas que anuncian el apocalipsis.

     Como lo demuestra el siguiente fragmento, gran parte de su obra, ya sea ensayo o novela, está concebida tras un gran momento de inspiración; inspiración que es avalada por su erudición dando cuenta de sus innegables dotes de narrador. Y de esa inspiración, de ese quehacer reflexivo y poético que son sus horas de meditación, brotó este rosario de ideas cual cultivo de magnolias en germinación.

     El silencio no es la vida;
     el silencio es el sello de la muerte;
     la muerte no combate;
     solo la palabra siembra la vida; ella crea, ella vivifica, y ella salva.
     El verbo es vida;
     he aquí porque callar es un oprobio;
     las esterilidades del silencio asfixian a aquel que vive en ellas.
     El silencio, no reina sino sobre la muerte y la desolación; es el sol de Pompeya y de Herculano; la brisa que agita las olas bituminosas del mar muerto.
     Es a causa del silencio que muere nuestro corazón y que los pueblos mueren;
     es a la sombra del silencio que prospera el mal.
     El verbo, es germen, y el alma humana es surco abierto ante nosotros;
     sembremos en él, el germen de la verdad y de la vida.
     El sembrador tiene el deber de la simiente.
     Sembrador que devora el grano y no lo siembra, mutila la humanidad y defrauda la herencia de los hombres.
     La maravilla de la palabra es hecha como las auroras de los cielos, para esplender sobre la vida.
     La tiranía se llama silencio;
     la libertad se llama verbo;
     el verbo es el rayo de la divinidad que brota de los labios del hombre para herir la iniquidad.
     El verbo, es el águila triunfal, que lleva la tempestad bajo las alas, y rompe con su vuelo todas las soledades del silencio.
     ¡Dejémosla volar!
     Las cimas y los valles expectantes, escuchan absortos la música lejana de ese vuelo.
     ¡Paso a las águilas del verbo!
     
     En: ante los bárbaros, 1923



     Ante los bárbaros, es uno de sus tantos gritos de batalla. Es típico de Vargas Vila exponer en pocas palabras lo sustancial de sus ideas; de ahí su aversión a escribir tratados como aquellos teóricos del pensamiento que precisan de varias páginas para decir lo que con tanta diplomacia desean imponer. De esto se deduce que su doctrina, mal llamada egotismo, es la doctrina de un individualista que se salva de la barbarie impuesta por los soberanos y vilmente aceptada por las indefensas muchedumbres.

     Mis preceptos, nos dirá en uno de sus prólogos, no son más que la tiranía a la que someto mi individualidad.

     Y no bien hemos asimilado una de sus ideas, cuando ya está avasallándonos con un nuevo concepto. Aquí la lógica silogística parece ocupar un lugar preponderante. Una premisa es seguida de un postulado cuyo fin es sustentar, o más bien, complementar la premisa anterior. Así: El silencio no es la vida; el verbo es vida; la tiranía se llama silencio; la libertad se llama verbo…, son proposiciones de una misma premisa lógica, de un discurso cuyo método, es parte de un mismo razonamiento.
     No busca, a diferencia de Descartes, de comprobar nada; ni siquiera demostrar su método; solo expone, de manera potencial, el resultado de un juicio razonablemente concebido y a la luz de su lógica positiva.
     Hoy se ignora menos el futuro y se sabe más del pasado; y es a ese hombre, real y concreto, el del presente, al que le dirige las siguientes palabras nuestro pensador.
     Y así teorizó el panfletario sobre el amor, cuando al poeta le daba por escribir novelas y filosofar sobre las pasiones de la carne:

     De todos los sentimientos, no hay a mis ojos lógico, imperecedero y verdadero sino el amor.
     Pero el amor tal como yo lo concibo y lo siento; el amor de los sentidos, es decir: la sexualidad.
     El amor cerebral, no es sino la sexualidad consciente, refinada y reflexiva.
     El amor sentimental es una aberración cuando no una monstruosidad.
     La ley suprema del amor es, el instinto.
     El sexo es todo el amor; fuera de él no hay sino la extravagancia, la perversión y lo monstruoso.
     El deseo es el alma del amor.

     De: El alma de los lirios; 1904